miércoles, 8 de octubre de 2014

Un cuento: ALMAS


Él la había visto antes. Su pelo le había rozado el cuello, sus labios habían calentado los suyos. Ella también, con sus manos había dibujado tiempo atrás el seductor hoyuelo en su mejilla,  y lo había mirado perdida en la niebla gris de sus ojos pétreos. Ninguno de los dos lo recordaba. En el presente no conservaban las mismas formas, pero un calor en el centro les devolvía como estrella fugaz por unos segundos ese tesoro que añoraban, la memoria.

 Se movían en todas direcciones como mariposas pero median unas doscientas veces más. Eran una luz incandescente, sin contornos ni líneas definidas. Hablaban en susurros y cada letra era una nota. Algunos preferían el cielo, el azul volátil sin roces ni volúmenes limitados. Otros, aun deseaban el verde del campo y vagaban en alfombras de diferentes matices, a María le gustaba imaginar que podía descansar su inconsistencia en un colchón de gardenias. Entre todas las que había visto eran sus flores preferidas, eran para ella una nube de algodón, nada más cercano al cielo en la tierra.

 José, al pie de un acantilado se sentía mortal, respiraba aromas que solo él lograba entender. Podía volar sobre la inmensidad de aquel océano pero su centro se concentraba en la orilla, en el borde. Cerraba los ojos y era humano otra vez. Se imaginaba el viento bravo rompiendo en cada espacio de su cuerpo, sentía el peligro de la muerte a un solo paso. Creía ver la sonrisa y sus parpados dormidos en un rostro que alguna vez fue suyo. Así la encontró. El acantilado era su conexión con ese mundo perdido y con ella. Esta vez en apenas segundos de haber empezado su viaje, la luz de José encontró a María. La encontró en una pradera, enterrada en gardenias. Más tarde la vio sobre el cemento gris de una avenida, su imagen se reflejaba en el espejo de los edificios, pero la breve figura se perdió en la oscura multitud.
 La luz de María brilló con intensidad y meciendo su inconsistencia entre las gardenias, por fin lo vio. José sonreía sentado en la proa de un bote, la brisa le quitaba el mechón caprichoso de sus ojos y la miró, con la intensidad de un siglo y la fuerza de un tornado la miró para recordarla esa vida y todas las demás.

Los dos destellos abandonaron sus refugios secretos para reunirse con el resto. Una legión de almas brillaba en la espera, batían sus rayitos de luz ansiosos y se movían sin descanso. Debían sumergirse en un mar negro y apagar su fuego, no sabían nada más. Simplemente entendían que vivirían en  el mismo espacio que las rodeaba, pero  tendría un significado, probarían “los sentidos”. José y María, como si un rayo pudiera enlazar al otro, se combinaron y se apagaron al ahogarse en el océano.


A él lo llamarían Romeo y a ella Julieta, y volverían a encontrarse como siempre en un balcón. En otra vida serían Marco Antonio y Cleopatra, y en la próxima Tristán e Isolda. Porque desde el origen de la inconsistencia hasta el fin de la humanidad estaban condenados a encontrarse y perderse eternamente.

MBV

domingo, 5 de octubre de 2014

PARA LEER

EL PSICOANALISTA- Jhon Katzenbach. Me gustaría ver la película. Aunque debo decir que a partir de la pagina 329 aproximadamente empece a no querer dejar de leerlo, no resulto de mis preferidos. Es lo último que leí y no me provoco robar una sola cita. Galeano, en cambio, con las venas abiertas de américa latina me incita a tomar nota... pero claro, eso es otra cosa y merece otro post. Si tienen títulos para sugerir se los agradezco.